El sol dio sus mejores luces para resaltar los detalles sobrios y los tres vestidos de la novia. En un año incierto —como lo es este de pandemia— el matri de Aleja y Juan Manuel fue un momento de pausa para olvidar la vida que pasa afuera. Una celebración del amor tranquilo, familiar y cómplice. Una fiesta donde la alegría se hizo belleza.

 

¿CÓMO SE CONOCE AL AMOR DE LA VIDA?

El primero que supo que Alejandra y Juan Manuel serían una buena pareja fue el hermano de él. En un paseo en el que ella también estaba, le dijo más de una vez que sería perfecta para su hermano. Ella, curiosa, se reía del comentario. “¿Cierto que sería perfecta para mi hermano?”. “Sí”, respondían quienes los conocían a ambos.

¿No pudieron confirmar esta química en la primera cita. Él, callado, y ella, extrovertida, parecían un caso de opuestos que no se atraen. Fueron a comer con dos personas más. “Él fue súper serio”, recuerda ella. “Sí, muchas veces paso por serio”, responde él. “No me gusta dar de qué hablar y en la primera cita los dos estábamos cansados, nos vimos después del trabajo. Pero recuerdo que ella, que es todo lo contrario a mí —amiguera, entrona, extrovertida—, cogió, varias veces, papas fritas de mi plato sin preguntar”.






Después vino un intercambio de mensajes por Instagram y una segunda cita: “Me monté en el carro, empezamos a hablar y, desde ese momento, fue como estar con mi mejor amigo”.

En este look Manu quería llevar el pelo suelto y ondas, una corona muy colorida con flores diferentes, pero que al final decidimos que fuera solo plateada y llena de flores tejidas, además ella tenía la idea de cambiar el velo por un moño grande y con mucho volumen.



La calma de Juan Manuel, se podría decir, enamoró a Aleja. La voz de él es un murmullo frente a la marejada de Aleja al hablar. “Al principio, cuando empezamos a salir, la gente me preguntaba: Aleja, ¿estás contenta? Y yo respondía: estoy tranquila. Y para mí eso, sobre todo, es la felicidad. Claro, están los momentos pasajeros, espontáneos, pero, también, están los momentos de tranquilidad, de confianza”.

Fue un amor que se construyó entre días y momentos familiares. Al conocerse, descubrieron que compartían valores y prioridades similares. Los dos vienen de hogares en los que reconocen el respeto y el amor como pilares. Si se les pregunta por una relación modelo, ejemplar, la respuesta que dan es la misma: sus padres. Matrimonios fuertes, de décadas, donde la familia está en el centro.



Juan Manuel dice que cuando llevaban más de un año, con el paso del tiempo, Alejandra iba convirtiéndose en esa mujer de la que un día, cuando estaba más joven, le habló su padre: “Subíamos para la casa en la que vivíamos en El Retiro y mi papá me dio uno de los mejores consejos que he recibido. Me dijo que cuando me fuera a casar, que cuando fuese a estar con una mujer, buscara a alguien pudiera ser mi mejor amiga, mi novia, mi amante y mi esposa. En Alejandra encontré todo eso. Ella es la mejor novia que he tenido, es mi mejor amiga, no hay duda de que sea la mejor amante y es la mejor esposa que pude haber soñado”.




PEDIR LA MANO DE UNA AMIGA, NOVIA, AMANTE Y ESPOSA


El anillo estuvo guardado por cinco meses. “Aleja, dice Juan Manuel, no es adivina, pero sí muy buena detective”. Un descuido arruinaría la sorpresa. Y eso —ese solo deseo que crear un momento inesperado, perfecto, inolvidable— lo hizo dejar el anillo bajo la custodia del joyero. Total, lo más difícil ya estaba: había encontrado a la persona con quien quería pasar su vida. El resto —el día, los detalles, las palabras— lo indicaría el tiempo. Juan Manuel es un hombre tranquilo. Sabe esperar.

En esta época impensada, que corta las palabras y las hace insuficientes, planear una matrimonio podría tener más argumentos en contra que a favor, pero en la adversidad, se esconden tesoros.

El primero, por ejemplo, es el tiempo y sus señales: “Con la pandemia, al ver que en cualquier momento podríamos no estar todos, sabiendo que la familia de cada uno es lo más importante para ambos y que quería que nuestros padres nos acompañaran cuando nos casáramos, empecé a planear el momento de pedirle que fuera mi esposa”.

El lugar elegido fue El Peñol. Allí habían pasado momentos importantes de su relación, una de sus primeras citas, por ejemplo, y era un lugar al que ambos iban para escaparse de la ciudad y sus trabajos. Ella es modelo. Él, fundador, dueño y gerente de Senso Pack, una empresa de manufactura de plásticos. Trabajos tan diferentes como demandantes: hablan poco durante el día y al final de este —juntos de nuevo— se cuentan los pormenores de la rutina. Tienen esa tranquilidad de no necesitar saber dónde está el otro todo el tiempo. En las noches, dice Aleja, siempre hay algo nuevo sobre lo qué conversar o descubrir de la otra persona.

Así que cuando Juan Manuel le propuso a ella que se fueran para el Peñol en la mitad de semana a relajarse y olvidarse de la rutina, la idea no era descabellada o extraña. No había razón para pensar que sería un viaje corto diferente a los que ya habían hecho antes.

Él no le contó ni a sus padres ni a los de ella que volverían comprometidos. Solo se lo dijo a su hermano unos días antes. Esa mañana, con el carro cargo de luces, había ido hasta la finca a prepararlo todo: un camino, un árbol y un pequeño altar iluminado cubierto con pétalos de rosa para al regresar, en la noche, con Aleja preguntarle si pasaban juntos el resto de sus vidas.


ELLA, PRIMERO, DIJO NO

El día antes, Aleja —¿por casualidad? —, le había dicho que si algún día se iban a vivir juntos le gustaría tener una vajilla hecha en El Carmen de Víboral, así que —quizá traicionada por los nervios y la emoción—, a la pregunta de Juan Manuel primero respondió que no, que eso que le había dicho el día antes era molestando. Él le dijo que sabía que ella siempre lo iba a molestar, pero que esa decisión —pedirle que se casaran— no era una que hubiese tomado a la ligera. El anillo estaba listo desde hacía varios meses y él, con cada momento que pasaban juntos, confirmaba que era con ella con quien quería estar para siempre. Desde hace años tenía varias certezas. La primera era que se casaría sin afán. La segunda era Aleja. “Desde el primer y segundo año, sabía que con ella podía tener un matrimonio, la iba conociendo y viendo que compartíamos los mismos valores, las mismas prioridades”.
El amanecer del día siguiente parecía celebrar la promesa de su unión. Juan Manuel recuerda ese cielo como el más hermoso que han visto juntos en el Peñol. Quizá, tan bello como ella. Ella, recuerda el momento con una de esas confirmaciones que da la vida: todo lo que se sueña puede hacerse realidad.


 

“CADA VESTIDO, UN POQUITO DE LO QUE YO SOY”

Aleja está acostumbrada a los vestidos de novia. Es modelo y estos, de cierta forma, hacen parte de su rutina. Hace 14 años conoce a los diseñadores Andrés Pajón y a Felipe Cartagena. Ha sido imagen de sus colecciones. “No es solo una relación laboral, son mis amigos”. Así que cuando empezó a planear su boda, no tuvo duda sobre quién haría el vestido. La cita con ellos fue una la primera al empezar la planeación de su matrimonio.


 

Siempre que modelaba una de sus creaciones quedaba en el aire la misma pregunta: ¿Cuándo será que hacemos el tuyo? Y ahora, que era el momento, los diseñadores no escatimaron en creatividad: en vez de un vestido, le propusieron hacer tres. Uno para la ceremonia religiosa —el que ella siempre se había soñado—; otro para el primer baile de la pareja y los primeros momentos de la fiesta; y uno más para las últimas horas de baile y celebración.


 

El primer vestido fue algo soñado. Brillante, fantástico: “Siempre anhelé casarme con un vestido como de Cenicienta”, dice Aleja. Una armonía de tela que le dio inicio a ese día en el que, por unas horas, no hubo pandemia. Nadie se esperaba en ella una silueta amplia, como esa, pues los vestidos de novia que había modelado a lo largo de su carrera casi siempre han sido corte sirena, un poco más sexis y ajustados.


 

“Al principio dudé un poquito en si debería tener tres vestidos. Por el momento en el que estábamos, por este mundo tan loco, pero fue algo que se dio con naturalidad y creo, y es mi consejo para las novias, que si las oportunidades se dan para uno tener lo que quiere en su día, pues hay que aprovecharlas. Amo la moda, es mi oficio, y disfruté, amé, esa oportunidad de tener más de un vestido”.


Para los vestidos que Aleja llevaba, debia usar unos aretes con mucha personalidad.

Por esto fue a donde Maria Fernanda Zawadzky, que la conocia desde pequeña pues habia modelado varias veces para su marca, y le pidio hacer unos aretes largos, con mucho brillo y mucho movimiento.

Maria F, creo unas bellezas, bordadas a mano, piedra por piedra y cargada de cristales que harian brillar a Aleja aun mas, y las bautizo ALEJANDRA.